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The Weird Sisters (1785), litografía de Henry Fuseli (1741-1825), The Elisha Whittelsey Collection, Metropolitan Museum, Nueva York. La percepción de la magia difiere mucho entre la figura del mago y de la bruja a lo largo de la historia, el primero normalmente con connotaciones positivas, y la segunda, negativas. Sin embargo, Shakespeare otorgó a las Tres Brujas de Macbeth un papel más ambiguo, en el que se perciben las influencias del folkrore británico, de la mitología nórdica y del mundo clásico, especialmente en su parecido con las tres Moiras griegas por sus poderes proféticos. Fuente: Metropolitan Museum.

Los arquetipos del mago y la bruja, que aún conviven con nosotros, son muy antiguos, pero, al menos en ambos reciben muchos de sus elementos definitorios entre los siglos XI al XVI. Más concretamente, el arquetipo del mago se crea principalmente durante el Renacimiento del siglo XII, mientras que la bruja recibe su caracterización durante el siglo XV. En el presente ensayo estudiaremos cómo surgieron ambos arquetipos y analizaremos qué factores históricos causaron que la bruja desplazara al mago como figura principal en el esoterismo europeo.

Para ello nos centramos principalmente en la visión de la Iglesia ya que ha dejado mayor cantidad de registros escritos analizables. Se intentará extrapolar la visión de la nobleza y el pueblo en base a los registros escritos y las pruebas materiales, pero la hipótesis actual con los datos disponibles es que las nuevas perspectivas sobre la magia se generan en ambientes escolásticos y que el pueblo acaba adoptando estas visiones con el paso del tiempo. Destacamos que no existía un canon acordado y la visión dentro de un mismo nivel social tampoco era homogénea.

Contexto histórico hasta el siglo XI

En el 906, el Canon episcopi, redactado por el abad benedictino Regino de Prüm, demuestra que la magia era considerada imposible por la Iglesia. Aquellos que practican la hechicería son estafadores, ignorantes o han sido engañados por demonios. El Canon episcopi considera imposible que se pueda realizar la magia y, por ejemplo, refiriéndose a “mujeres que creen volar por la noche junto a la diosa Diana”, deja claro que tales vuelos son o ilusiones provocadas por demonios o simples delirios. Otro ejemplo similar puede hallarse en el Decretorum Libri Viginti escrito por Burkhard de Worms en el 1010. El Decretorum condena la creencia en que los actos mágicos puedan producir algún efecto, pero no el efecto en sí: es la fe en la magia y no el acto mágico lo que es condenado. La pequeña penitencia impuesta al pecador refuerza la visión de que, todavía, la magia no es una amenaza para la Iglesia católica.

Magia aprendida durante el Renacimiento del siglo XII

Durante los siglos XI y XII, el contacto entre las sociedades cristianas y el mundo árabe despertó en Europa un interés intelectual por las obras griegas y romanas que se habían preservado en el mundo árabe, pero también por las obras árabes y hebreas en sí. El Renacimiento del siglo XII impulsó las ciencias naturales, y también las esotéricas, comúnmente mezcladas entre sí.

Los monasterios, las cortes reales, pero, sobre todo, los centros de traducción especializados tradujeron textos mágicos del hebreo, el árabe y el griego al latín. España, y en particular, la escuela de traductores de Toledo de Alfonso X el Sabio fue clave en la introducción de textos mágicos en Europa.

Es entonces cuando se consolidan muchos de los rasgos del “mago” arquetípico. Es necesario que el mago sepa latín, como mínimo, pero probablemente también deba saber árabe, griego o hebreo. El practicante mágico es, por lo tanto, una figura culta; lo cual, en la sociedad medieval, lo convierte en una figura masculina y de edad avanzada. Muchos de los rituales descritos en los libros esotéricos requieren piedras preciosas, minerales extraños y otros objetos exóticos, por lo que el mago tenía que ser una persona con recursos económicos.

A diferencia de la bruja que obtiene sus poderes exclusivamente de demonios, los libros esotéricos del siglo XII señalan al mago otras fuentes de poder mágico. El mago obtiene su poder de su conocimiento sobre Dios, las estrellas o propiedades ocultas en la naturaleza. Estas propiedades naturales ocultas se refirieren a la creencia de que existían materiales con propiedades secretas, inexplicables, pero empíricamente demostrables. En esta categoría se mezclaban ciencias naturales incomprendidas, –el magnetismo o las propiedades bioquímicas de ciertas plantas– con creencias sin base lógica demostrable  –la capacidad de los zafiros de curar úlceras o dolores de cabeza–.

El mago europeo del siglo XII también creía poder realizar actos sobrenaturales empleando espíritus y demonios. Pero el ritual consistía en invocar un demonio, doblegarlo y esclavizarlo mediante el poder de Dios gracias a oraciones, símbolos y objetos religiosos cristianos. En el ritual, el mago en ningún momento pacta o se somete al demonio, sino que al contrario, el demonio es convertido en un sirviente del mago y puede ser forzado a realizar actos benignos.

Todas estas circunstancias hacen del mago un hombre culto instruido y con la capacidad económica suficiente para poder obtener los materiales caros necesarios para los rituales. Sorprendentemente para un público moderno, el clérigo medieval es quien mejor cumple todas estas características y la sociedad medieval veía al mago arquetípico como un eclesiástico. Además, el clérigo puede tener acceso a objetos utilizados en la eucaristía, que se consideraban de gran poder y utilidad para fines esotéricos , lo cual reforzaba aún más esta visión.

De la magia aprendida al pacto demoníaco

Es imposible saber hasta qué punto los clérigos cristianos del medievo se involucraron con la magia en todas sus formas, pero es innegable que lo hicieron, pues nos han llegado libros sobre ciertas ramas de la magia, como la astrología, la alquimia o las propiedades ocultas naturales. Por ejemplo, Alberto Magno escribió De mineralibus, un libro sobre las propiedades ocultas de ciertos minerales. Todo ello preocupó gravemente a Tomás de Aquino.

Tomás de Aquino (1224/1225-1274), presbítero, teólogo, filósofo, jurista y doctor de la Iglesia católica es una de las figuras más influyentes del cristianismo en Occidente. En una de sus obras más importantes, la Suma teológica (Summa theologica) discute el poder y el peligro de las artes mágicas. Recuperando la opinión que Agustín de Hipona ya defendía en el 426, Tomás de Aquino concluye que cualquier acto sobrenatural tiene un origen diabólico y conlleva un pacto demoníaco, explícito o implícito. Tomás de Aquino opina que todo el conocimiento mágico carece de sentido. Usando sus palabras, los actos mágicos son “signos vacíos” que no tienen poder por sí mismos. Se trata tan solo de la señal acordada entre el hechicero y el demonio para que el demonio actúe.

Este cambio, aparentemente sutil, transformó completamente la visión popular del mago. Ya no era necesario saber diferentes idiomas, tener acceso a materiales exóticos o poseer una gran inteligencia para ser un mago, pues todo el conocimiento mágico carecía de significado, más allá de ser una contraseña entre el mago y el diablo. Por lo tanto, cualquiera puede ser un mago, el único requisito es tener la voluntad de someterse a un demonio.

La influyente visión de Tomás de Aquino se impone en el mundo escolástico y, gradualmente, desde el púlpito, al resto de la población europea. La transformación del mago en brujo queda completada y la semilla de las futuras cazas de brujas queda plantada. Ahora que no hay un requisito intelectual o económico para la magia y cualquiera puede ser un brujo, se vuelve posible, a ojos de la sociedad, que existan aquelarres multitudinarios que plantean una seria amenaza.

Del brujo a la bruja

La visión de Tomás de Aquino sobre la magia no considera que las mujeres sean más propensas a la brujería que los hombres. Aunque en la cultura grecorromana clásica ya existían prejuicios similares, el primer autor cristiano que considera a las mujeres más propensas a la brujería que los hombres es Johannes Nider (1380-1438) clérigo, teólogo y filósofo alemán, escribió el Formicarius (“El hormiguero”). Esta obra está escrita en forma de diálogo entre un perezoso estudiante que representa la opinión popular y desinformada y un sabio teólogo que representa el conocimiento, y también la opinión del propio Nider. Ambos personajes pertenecen a la orden de los dominicos, a la que Nider pertenecía en la vida real. Resulta esclarecedor que el perezoso estudiante exclame:

“No puedo dejar de asombrarme de cómo el frágil sexo se atreve a precipitarse en tales presunciones [hablando sobre brujería]. A esto, el teólogo respondió con cierta ironía: Entre los simples como tú, estas cosas son maravillas, pero a los ojos de los hombres prudentes, no son raras…”

De esta frase y de los escasos registros de acusaciones de brujería de la época que nos han llegado, podemos deducir que la sociedad en ese momento considera que los brujos son normalmente hombres, no mujeres. Nider afirma su posición con ejemplos de supuestas brujas famosas, citando autores clásicos como Séneca o Cicerón, manteniendo la visión misógina de que las mujeres son más débiles, física, mental y espiritualmente que los hombres y, por último, alegando que las mujeres tienen un potencial extremo para el bien o el mal. Citando a Nider:

“Hay tres cosas en la naturaleza que, si exceden los límites de sus condiciones, ya sea en disminución o en exceso, alcanzan el pináculo del bien o del mal, a saber, la lengua, el clérigo y la mujer…”

La obra de Nider no fue tan influyente como la de Tomás de Aquino, pero conviene analizarla en el contexto de este ensayo. Nider no solo fue el primer autor que asocia las mujeres con la brujería en contra de la creencia de la época, sino que influyó mucho en el inquisidor Heinrich Kramer (1430-1505, también conocido por su nombre latinizado Heinrich Institor). Kramer citó innumerables veces a Nider en su influyente e infame obra Malleus maleficarum (“Martillo de las brujas”).

Durero bruja

Bruja cabalgando hacia atrás sobre una cabra (1500-1502), grabado de Alberto Durero (1471-1528), Clarence Buckingham Collection. Producida en un momento de la historia anterior al estallido de pánico que precipitó el momento de máxima extensión de la caza de brujas (entre 1550 y 1650 aprox.), demuestra más una fascinación por el ocultismo del mundo antiguo que un temor fehaciente ante la magia, el mago o la bruja. Fuente: Art Institute Chicago

El Malleus maleficarum fue escrito por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, aunque muchos autores consideran que Sprenger participó muy poco en la creación del texto.

El Malleus maleficarum es la obra más relevante en la conceptualización de la bruja, cuya caracterización se mantiene hasta nuestros días. siendo extremadamente popular durante las cazas de brujas de los siglos XV, XVI y XVII. La influencia del Malleus explica que aproximadamente el 75% de las víctimas de las cazas de brujas fueran mujeres. El Malleus consolida y magnifica la misoginia anterior en temas referentes a la magia. Kramer, al igual que Nider, alega que las mujeres son más débiles física, intelectual y espiritualmente (se inventa que la etimología de “fémina” deriva de “fe” y “menos”). Además, agrega que las mujeres son más propensas a la vanidad, la envidia, la infidelidad, la ambición y, sobre todo, la lujuria. Estas conclusiones se apoyan en textos filosóficos, pseudohistóricos, mitológicos y teológicos. En opinión de Kramer, es el deseo sexual incontrolable de la mujer la causa principal de que estas se conviertan en brujas, pues buscan satisfacer su lujuria mediante la cópula con demonios. En una de las primeras páginas del capítulo VI del Malleus podemos leer:

“¿Por qué este género de perfidia [refiriéndose a la brujería] se encuentra sobre todo en el sexo débil, con preferencia a los hombres?”

Y en una de las páginas finales de ese mismo capítulo:

“Concluyamos pues: todas estas cosas de brujería provienen de la pasión carnal, que es insaciable en estas mujeres”.

Destaquemos que el Malleus busca convencer a la población de la existencia y peligros de la brujería, analiza las consecuencias teológicas de la existencia de las brujas, enseña a otros inquisidores como enfrentarse a esta amenaza y explica los mecanismos legales para juzgar a las brujas. El objetivo de Kramer al escribir el Malleus no es demonizar a las mujeres a través de la brujería; sino más bien al revés, Kramer utiliza la misoginia imperante en la sociedad como herramienta para demostrar la existencia de brujas y demonios.

Tras la increíble popularidad del Malleus la visión general del practicante de magia es la de una mujer inculta, insatisfecha sexualmente, que ha vendido su alma al diablo y que utiliza sus poderes para dañar a la comunidad: destruyen cosechas, impiden la reproducción (humana o animal) y asesinan niños.

Es necesario cuestionarse ¿por qué fue el Malleus maleficarum tan popular? Toda una serie de circunstancias se combinaron antes y después del periodo histórico en el que se escribió el Malleus, acondicionando a la sociedad para creer en la amenaza que planteaban las brujas. Estas circunstancias desembocaron en las cazas de brujas, que a su vez popularizaron enormemente al Malleus maleficarum, pues fue un libro escrito en gran parte como manual para el cazador de brujas. El papa Inocencio VIII promulgó la bula Summis desiderantes affectibus (“Desear con fervor supremo”). Esta bula condena la brujería, aprueba la labor inquisitorial y certifica a Kramer a actuar en Alemania, expandiendo la fama del Malleus. Además, la invención y difusión de la imprenta de tipos móviles contribuyó a la producción en masa del Malleus durante el siglo XVI, lo que facilitó la propagación del libro.

Al menos, someramente, es interesante citar los diversos factores que pudieron haber influido en las cazas de brujas y simultáneamente popularizaron el Malleus:

  • El cisma de Aviñón, y más tarde la reforma protestante, extendieron la creencia en la brujería pues ambos bandos enfrentados se acusaban mutuamente de ello.
  • Los cátaros y los valdenses, acusados de herejía, también fueron acusados de brujería.
  • La difusión mediática de los juicios de brujas mediante panfletos xilográficos ilustrados.
  • Las pérdidas de cosechas debido al clima de la Pequeña Edad de Hielo.
  • El miedo a pandemias producido por la peste negra.
  • La multitud de guerras provocadas por la inestabilidad política en Europa.

Conclusión

Sabemos por los registros legales que las mujeres fueron más acusadas y condenadas por brujería que los hombres. Como conclusión, resulta interesante plantearnos si hay algún tipo de verdad tras estos hechos. ¿Acaso practicaban las mujeres más hechizos que los hombres? Por un lado, los rituales mágicos tienen como objetivo suplir la necesidad humana de control en los ámbitos que escapan a nuestro poder. Es posible que las mujeres, con un poder económico y social muy inferior al de los hombres y muchas veces sometidas a los deseos de estos, buscaran otras formas de sentir que tenían control sobre sus vidas, recurriendo a rituales y objetos mágicos. De hecho, se han encontrado diversos objetos rituales relacionados con la magia erótica y romántica entre las pertenencias de prostitutas del medievo y del Renacimiento.

Por otro lado, las mujeres eran más vulnerables que los hombres desde un punto de vista legal, especialmente si carecían de algún tipo de control patriarcal: padre o marido. El hecho de que una mujer acusada tuviera más probabilidades de ser condenada que un hombre, podría haber creado un sesgo de confirmación que se retroalimentaba.

Probablemente la realidad fue una conjunción de ambas razones. Las mujeres eran injustamente perseguidas por su vulnerabilidad social y también por sus intentos (reales o imaginarios) de encontrar autoafirmación fuera de la norma impuesta por la sociedad.

Bibliografía

Fuentes Primarias:

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Este artículo corresponde al VI Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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